ANGLICANA. Doctrina
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       El anglicanismo, como religión, es una forma importante de entender la Doctrina cristiana, alejada disciplinarmente de la obediencia católica, pero fiel a los dogmas fundamentales y estructuras eclesiales tradicionales.
    Más que hablar de doctrina o credo diferente, lo que hay entre los anglicanos es una disciplina eclesial autónoma, independiente y por lo tanto cismática.

   1. Fundador y nacimiento

   Enrique VIII (1491-1547), rey de Inglaterra desde 1509, fue el Fundador de la Iglesia de Inglaterra. Hijo de Enrique VII, influyó profundamente en el carácter de la monarquía inglesa con el absolutismo propio de los Tudor. Ese absolutismo se impuso también en las cuestiones religiosas, tomando como pretexto la negativa del Papa Clemente VII de Roma a anular su matrimonio con Catalina de Aragón, el primero de los seis matrimonios de este monarca violento.
   La actitud religiosa del anglicanismo se consolidó durante el reinado de Isabel I, hija de Enrique y de su segunda mujer Ana Bolena, a quien ejecutó el rey a los cuatro años de matrimonio.
   Rotos los lazos con el Papado y con la dócil colaboración del Parlamento, orga­nizó una Iglesia independiente y obtuvo el control del clero, a quien obligó violentamente a reconocerle como jefe de la Iglesia inglesa en 1532.
   Excomulgado y en apuros con los que se oponían a su gobierno tiránico, rompió en 1534 con todo lo romano. Tomás Moro, canciller del reino, y el cardenal inglés Juan Fisher pagaron con su vida la negativa a aceptar la supremacía religiosa del monarca.
   Enrique disolvió las comunidades monásticas y entregó sus propiedades a los nobles que apoyaron sus decisiones. Inició la persecución y ejecución de muchos de los que se opusieron. Desde el principio de su transformación, el Rey no quiso ninguna orienta­ción protestante para su iglesia nacional. Por eso repudió las doctrinas reformistas y mantuvo los dogmas tradicionales, así como las plegarias y cultos litúrgicos acostumbrados en el Reino.
    La reforma anglicana hizo hincapié en la Biblia, cuya traducción al inglés impu­so el monarca en todo el Reino. Fueron las medidas del Parlamento entre 1529 y 1536 las que orientaron la dirección doctrinal del anglicanismo.
    La verdad es que la declaración de independencia por el Acata de Supremacía también agradó a los ingleses: al clero alto y al más popular. Incluso gustó a muchos laicos que antipatizaban con las directrices romanas.
    En 1549 se editó el "Primer libro de oraciones anglicanas". Fue declarado obligatorio para los clérigos y su uso se extendió orientando la espiritualidad inglesa. El "Acta de la Uniformidad" de ese año refrendó el nuevo culto, el cual se reforzó con la publicación del "Segundo libro de oraciones", en 1552. Este libro estaba más influido por plegarias y crite­rios protestantes. Al mismo tiempo resaltó su valor con la publicación de los "Cuarenta y dos artículos", por parte del Parlamento. Estos artículos, a dife­rencia de los primeros, se hallaban más influi­dos por la doctrina protestante.
    En 1553 subió al trono María Tudor y hubo un breve regreso al catolicismo. Pero al morir la Reina en 1558, sucedió en el trono Isabel I, que impuso de nuevo la ruptura total con Roma. Se reanudaron las persecuciones y ejecuciones de católicos. Se publicó nueva "Acta de Supremacía", que con­sagró la ruptura defini­tiva con la Iglesia de Roma.

   2. Doctrina anglicana
 
   En lo esencial, se mantuvo la doctrina católica anterior a Trento, salvo en lo referente al Primado y a la sucesión del Obispo de Roma. El anglicanismo reconoció la autoridad doctrinal de los Primeros Concilios de la Iglesia, por lo que mantuvo la cristología en su pureza original, la eclesiología episcopal y la moral tradicional de los mandamientos y de los actos de culto centrados en la Eucaristía.
   Se asumió la importancia de la gracia divina y la necesidad de la justificación por el Bautismo. Se fomentó su renova­ción por el arrepentimiento de los pecados personales, reconociendo el valor de penitencia y de la plegaria.
   Incluso se conservó y fomentó el culto de los santos principales, sobre todo de los Apóstoles, de los ángeles, de los Padres antiguos, y de María, la Madre del Señor Jesús.
   El estilo inglés de piedad quedó plas­mado en el "Libro de oraciones habituales". En él se determinaron plegarias y prácticas piadosas que ensalzaban las bondades de la autoridad nacional, tanto civil plasmada en la Monarquía, como eclesiástica, centrada en el episcopado, a cuya cabeza se colocó con Primado honorífico al Obispo de Wettminster. La sumisión de la jerarquía religiosa a la monarquía siempre planteó reservas.
   Se dio importancia fundamental a las Sdas. Escrituras, sobre todo a los cuatro Evangelios, que se convirtieron en nor­ma básica de vida espiritual y comportamien­to moral. Se valoró la predicación y los actos de culto dominicales, los cua­les adquirieron una dimensión popular por el empleo de la lengua vernácula, la partici­pación de los fieles en el canto y por la recitación de oraciones populares.
   La importancia que se dio al comentario de los Evangelios y de las Cartas Apostólicas, bajo la interpretación de los clérigos ilustrados y bien preparados en los seminarios, fue decisiva como sistema de formación de los creyentes.
    Se mantuvo el monacato en estado de pobreza y pureza de vida, una vez que se restauró y recuperaron algunas de las enajenaciones de Enrique VIII. Se proscribió toda Orden religiosa dependiente de Roma y se fomentó el monacato y los Institutos nacionales, entregados a la plegaria continua, a la vida ascética y a las obras de caridad. Se respetó el matrimonio y se reclamó el respeto a la familia como piedra angu­lar de la sociedad.
    Del mismo modo, se mantuvo el sacerdocio con su carácter sacramental y su función cultual prioritaria: se admitió el matrimonio de los clérigos. Y se reservó a los Obispos el derecho y deber de seleccionar y ordenar a los candidatos al sacerdocio. Se mantuvo la parroquia como organización básica de las diver­sas actividades pastorales.
    Se intensificó la corresponsabilidad de los laicos en el sostenimiento de las Iglesias y se fomentó una fe personal, al principio intimista, pero después excesimamente ritual y tradicional.
    Con el tiempo, la Iglesia anglicana fue abriendo sus estructuras a una visión más ecuménica y se potenciaron las mi­siones en otros países y culturas. No fue ajeno a esta apertura el hecho de que el imperio colonial inglés se hizo cada vez más amplio y estable. A lo largo del siglo XVIII y XIX fueron multitud los misioneros que se establecieron en las colonias y se beneficiaron de la mutua colaboración: los gobernadores reales protegie­ron siempre su acción, incluso contra otros misioneros; y ellos fomentaron el culto a la monarquía, considerada como de "derecho divino".
    Se rechazó siempre la reforma protestante en sus aspectos doctrinales. Por eso la disciplina anglicana sirvió de freno a la expansión luterana en los ámbitos culturales sajones.
   Del mismo modo, el anglicanismo se mantuvo siempre distante de la disciplina católica: con oposición a Trento, al Papa, a las devociones restauradoras del siglo XIX en el continente.
    Se rechazaron las doctrinas católicas desarrolladas en el siglo XIX, la condena del modernismo, la Inmaculada Concep­ción de María, de manera especial la infalibilidad pontificia definida en el Concilio Vaticano I.
 
   3. Evolución anglicana

   La iglesia anglicana experimentó diver­sas sacudidas desde su configuración inicial en el siglo XVI. Las alteraciones políticas incidieron en los planteamientos religiosos, desde Enrique VIII, María Tudor e Isabel I (reina de 1558 a 1603), hasta el siglo XX, en cuyas postrimerías la influencia social y política de la monarquía entró en crisis.
   A finales del siglo XVII, se incrementaron los movimientos misionales dentro de la Iglesia anglicana y la hicieron más presente en los diversos centros lejanos del Imperio.
   En el siglo XVIII, se experimentó cierto renacimiento de los valores evangélicos y se infundió a la religión popular de la Iglesia oficial un nuevo sentido de piedad y de obras de caridad. Se logró así que los creyentes entendieran más en profundidad la responsabilidad que recae sobre el cristianismo con respecto a las misio­nes, a la educación religiosa y a los males morales y sociales de cada épo­ca. Fueron muy influyentes los escritos de John Wesley y de sus seguidores, muchos de los cuales se alejaron de la Iglesia anglicana para convertirse al metodismo.
    Durante el siglo XIX, un grupo de clérigos de la Universidad de Oxford inició un movimiento para recuperar la espiritualidad católica que todavía latía en la doctrina anglicana. Se abrieron al ecumenismo y llegaron a suavizar las actitudes agresivas contra el papado. Se enfrentaron entonces dos movimientos de renovación: el popular y el de Oxford. El popular intentó una renovación de las oraciones y actos de culto, a fin de que no siguieran los modelos protestantes más dependientes de la Palabra sagrada y se hiciera la predicación menos clerical y se abriera a más cánticos, salmos y plegarias espontáneas. Los intelectuales de Oxford se orientaron hacia el acercamiento al catolicismo por la identi­dad de doctrina, por la equivalencia de los Sa­cramentos y de liturgia católica y por las raíces históricas comunes.
   Juntos ambos movimientos, se hicieron profundas revisiones doctrinales, sobre todo en torno a la autoridad civil en asun­tos eclesiales. La diversidad de opiniones abrió el diálogo y el plura­lismo en una iglesia hasta entonces jerárquica y de­pendiente del poder civil.
   También en el siglo XIX se diversifica­ron grupos anglicanos fuera de Inglate­rra, que rompieron con la jerarquía de Westminster y caminaron hacia la inde­pendencia. Ya en el siglo anterior surgió la Iglesia episcopal protestante indepen­diente, en Estados Unidos. Nació por la independencia americana que afectó también a la sumisión jerárquica de los anglicanos de los nuevos estados.
   Surgieron grupos autónomos en Irlanda y Gales, en Escocia y Canadá, en Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, África occidental, África Central, República de Suráfrica, India, China, Japón, y en las Antillas. Pronto se comprendió que era precisa otra estructura y se creó la "Comunión anglicana", que superó las meras exigencias culturales anglosajonas y se abrió a otros idiomas, razas y costumbres sociales.
   En el siglo XX, entró en crisis la de­pendencia eclesiástica de la corona que se redujo a una mera cortesía tradicional. Por otra parte se iniciaron algunas cuestiones morales y disciplinares que originaron antagonismos dolorosos: criterios racistas, divorcio, elecciones democráti­cas de la jerarquía, postura ante la homosexuali­dad. Un tema con­flictivo fue el de la ordenación sacerdotal de la mujer.
   La excepción hasta entonces en algu­nos lugares de ordenar para el culto mujeres, se hizo norma oficial en el Sínodo general de 1975. Surgieron las prime­ras diaconisas en 1987 y se dio el paso sobre las sacerdotisas en 1992. La apro­bación parlamentaria preceptiva fue votada el 12 de Marzo de 1994 y fueron ordenadas las primeras 22 sacerdotisas de la Iglesia anglicana.
   La reacción adversa de un número considerable de sacerdotes y laicos, algunos de los cuales abandonaron la comunión anglicana, ralentizó el proceso, aunque se mantuvo la decisión disciplinar y se organizó un sistema de vigilancia especial en las parro­quias a ellas encomendadas.

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